Las ecoaldeas no sólo están comprometidas en la creación de estructuras económicas alternativas al capitalismo, sino que trabajan también por la puesta en marcha de estructuras sociales no competitivas, integradoras, antipatriarcales… La educación de los niños y la formación permanente de adultos son temas muy estudiados en las ecoaldeas, sensibles a las indicaciones y orientaciones de las diversas escuelas que han trabajado estos temas. No pocas ecoaldeas cuentan con sistemas educativos propios, con o sin escuela, huyendo así de la estandarización y deformación de los sistemas educativos nacionales. Todas ellas son conscientes de la importancia de educar en libertad para formar niños que sepan ser libres y responsables. Y todas ellas son conscientes de que los adultos debemos someternos también a un reaprendizaje continuo, con el fin de eliminar poco a poco todos los tics heredados de nuestro paso por el sistema social occidental. La educación de adultos no consiste solamente en aprender nuevos conocimientos o técnicas, importantes para la vida comunitaria, y que no nos enseñaron en la escuela. Es más una educación para aprender a convivir, para llevar una vida más saludable con los demás y con el entorno natural. En este punto, educación y salud se dan la mano, pues nuestra salud física es inseparable de nuestra salud mental y esta última se mantiene en mejores condiciones si estamos formados para ello.
Se trata sin duda de un tema importante, y que sólo recientemente está entrando sin tapujos en el mundo radical. Demasiados prejuicios contra el mundo “psi”, debidos en parte a la preponderancia que las escuelas filosóficas marxista y anarquista han dado a la conciencia racional, en la estela de Descartes, Kant y Hegel, han impedido hasta hace poco que desde las colectividades y comunidades radicales se tenga una mejor comprensión de los procesos de grupo y de los estados anímicos individuales que resultan de tales procesos. La convivencia se ha visto dificultada en estos ámbitos por la presencia de yoes dominantes, quienes abusando de una determinada posición de poder, o de un elevado dominio de la palabra, se han servido de ellas para imponer sus preferencias, desvirtuando así el teórico carácter asambleario de la toma de decisiones y provocando en muchos casos la retirada de quienes se han sentido incapaces de contrarrestar ese poder. Es triste observar cómo muchas comunidades radicales que comenzaron con una enorme ilusión se han deshecho al poco tiempo por la presencia de conflictos que no se ha sabido encarar, sobre todo por falta de herramientas y técnicas contra las que nos mostramos muy reticentes. Afortunadamente, desde grupos como Sumendi (Asociación por la Autogestión de la Salud), se empiezan a difundir técnicas, que van siendo cada vez más aceptadas –es el caso de la Coescucha–, y que han de contribuir sin duda a dar estabilidad a las comunidades jóvenes.
Cabe decir que esta preocupación no es ajena a las ecoaldeas. De una u otra manera, casi todas ellas están desarrollando sus propios métodos para resolver conflictos, que en última instancia tienen que ver con luchas de poder y con la “gobernabilidad” de la comunidad. Pero es cierto que se trata de un punto que anda con cierto retraso en relación a otros más avanzados (como es el caso de los aspectos “eco”). Conviene no olvidar que el mayor desafío para la sostenibilidad de una comunidad se halla en el ámbito de los procesos de grupo, en las relaciones interpersonales y en las interacciones sociales. A largo plazo nada es sostenible si sus miembros no saben cómo cooperar, comunicar y comprometerse. “Compromiso” no quiere decir abandonar valores esenciales, sino más bien aprender a adaptarse a diferentes percepciones y a necesidades variables, encontrando soluciones que abarquen la diversidad de la manera más creativa posible. Por supuesto, cada ecoaldea habrá de vérselas también con sus ecoaldeas vecinas, surgiendo así el más amplio asunto de la tolerancia social. Y más dinámicamente, el apoyo afirmativo y real a vecinos y a comunidades que optan o están inmersos en un estilo de vida diferente del nuestro.
La dificultad de la gobernabilidad nos revela la complejidad de un tema del que sabemos realmente muy poco, acostumbrados como estamos a funcionar en un modo jerárquico o por delegación, sin necesidad de asumir nuestra responsabilidad política como miembros de un colectivo social. Sobra decir que todas las ecoaldeas tienen una estructura política basada en la participación de todos, en la confianza para delegar en otros cuando así se ha decidido, en la transparencia informativa, en la comunicación clara y directa y en la distribución de responsabilidad, asumible según los deseos y capacidades de cada uno. Más allá de esto poco se puede decir. Se ha discutido hasta la saciedad sobre los pros y los contras del modelo asambleario, de los peligros y ventajas de la delegación, de cómo hacer para buscar el consenso, etc. No hay respuestas únicas. Aceptados los principios de actitud anteriores, es cuestión de cada grupo el crear las estructuras decisorias que más le convengan. Por supuesto, ninguna evitará los conflictos de poder, pues como claramente nos ha enseñado Foucault, los dispositivos de poder no están únicamente en las instituciones visibles, sino que impregnan de manera sutil el entramado de relaciones que se establece en todo colectivo, organizándose muchas veces en torno a ciertos saberes de los que alguien o algunos son los detentores.