Por el Dr. Doug Benn
Doug Benn trabaja en temas de Ciencias de la Tierra y del Medio ambiente en el Departamento de Geografía de la Universidad de Aberdeen, Reino Unido. Dirige las investigaciones sobre glaciares como indicadores de cambios climáticos en el pasado y en el presente, particularmente en regiones tropicales y subtropicales. Vivo en el límite de las Highlands escocesas con su compañera y su hijo de siete años.
La insostenibilidad es un hecho
En su profundo y visionario libro “Más allá de los límites”, Donella Meadows, Dennis Meadows y Jürgen Randers argumentan que el uso abusivo que el hombre hace de muchos recursos esenciales y la producción de numerosas sustancias contaminantes han superado los límites que la Tierra puede soportar. Apoyándose en modelos matemáticos detallados, demuestran que si el ritmo actual continua, tanto la población humana como el uso de los recursos se desbordarán y colapsarán, esto es, empujarán más allá de los límites de lo que es sostenible hasta explotar en una catástrofe económica y medioambiental global. Argumentan también que dicho colapso no es inevitable, sino que puede ser evitado con la transición hacia unos niveles más realistas de consumo material, con la reducción del crecimiento de la población y con un uso más eficiente de los recursos. Los autores señalan que la tecnología requerida para efectuar este cambio ya existe, que es una simple cuestión de voluntad.
Meadows y sus colegas no están solos en su diagnóstico sobre el estado del mundo. La necesidad urgente de un cambio hacia la sostenibilidad ha sido elocuentemente advertida por Paul Harrison en su brillante análisis “La tercera revolución”, y las tendencias actuales de consumo han sido claramente puestas de relieve, en el contexto histórico de la expansión económica, por Clive Pointing en “Una historia verde del mundo”. La cumbre de Río de 1992 puso de manifiesto la amplia crisis global generada por los actuales modelos de consumo, tanto en las naciones desarrolladas como en las que están en vías de desarrollo. Las prioridades y las estrategias de acción han quedado recogidas en la Agenda 21.
Hay un creciente consenso respecto a que la mayoría de asentamientos humanos en todo el mundo son parte de un sistema inestable e insostenible y que, o bien están forzando sus propios recursos, o bien están impidiendo la viabilidad de otros asentamientos en otros lugares. Entonces, ¿por qué se da tan poca importancia al tema de la sostenibilidad en la Agenda Hábitat II, de las Naciones Unidas, que pretende ni más ni menos que establecer las prioridades para el buen funcionamiento de los asentamientos humanos para el próximo siglo? ¿Por qué reciba tan poca atención en los periódicos y en los noticieros televisados nacionales o internacionales? ¿Por qué todo continua igual?
La red de la enfermedad
Parte de la respuesta a estas preguntas se haya en el hecho de que continuar como hasta ahora parece ser beneficioso y sostenible para todas aquellas personas con poder económico y con capacidad decisoria. Mercancías básicas y productos de lujo son accesibles en el mercado global a todos aquellos que tienen dinero para adquirirlos. Una reducción de suministros, temporal o permanente, puede ser muy beneficiosa, antes que preocupante, para estas personas, pues ayuda a incrementar los precios del mercado. Ni en los mercados ni en la Bolsa parece haber signos de colapso inminente y, por otra parte, es fácil percibir la crisis de recursos locales como algo distante y tolerable, y las cuestiones medioambientales, como periféricas y alejadas de las preocupaciones cotidianas. Lo que no se dice es lo que se oculta tras los estantes de los supermercados, los escaparates de las tiendas de coches o detrás de la electricidad barata: mares agotados, destrucción progresiva de los bosques, ríos y lagos acidificados, aguas subterráneas contaminadas, degradación de la atmósfera y un sistema social y económico que perpetúa la pobreza, la superpoblación y los conflictos civiles e internacionales.
Estos y otros muchos problemas no están aislados ni desconectados, conforman un tejido enfermo conectado al corazón de la expansiva economía global. Es una consecuencia inevitable de formas de vida que animan al despilfarro de recursos humanos y naturales, buscando el beneficio a corto plazo de una privilegiada minoría, mientras que condena a una lucha diaria por la supervivencia a los pobres, a los que carecen de derechos y a los incapacitados. Los barrios ricos no pueden repudiar la expansión de los guetos de Delhi y de La Paz, de los sin techo de Londres o de las fétidas aguas del delta del Niger, y no pueden sencillamente porque son sus productos.
La crisis global está ocurriendo ahora
La crisis global no es una posibilidad teórica o lejana, está ocurriendo ahora, en todos los países del mundo, como un progresivo e indefinido desastre que toma muchas formas. Se manifiesta tanto en las ciudades europeas asfixiadas por el tráfico, como en los asolados bosques de Malasia, en las aguas con una pesca excesiva del Mar del Norte y en las tierras echadas a perder por la contaminación en Chernobyl. Se ve en el cubo de la baSura, en los vertederos o en el color de los ríos. Se nota en nuestros pulmones, en los residuos de pesticidas de los alimentos y en nuestros niveles diarios de estrés. Y a pesar de todas estas evidencias, para muchos esta catástrofe pasa desapercibida, haciéndose inobservable en su normalidad. Cada generación, cada recién nacido hereda un mundo menos rico, menos diverso y menos capaz de soportar la creciente familia humana, que el anterior. Y acepta esto como normal. Cada año, lo que se pierde se desvanece de nuestra escurridiza memoria, en pos de una búsqueda de nuevos mercados, de nuevas fuentes de beneficio, de nuevas sensaciones.
Nadie duda de que muchas crisis particulares han sido identificadas y resueltas de forma efectiva. La niebla de ácido sulfúrico que envolvía las ciudades industriales a finales del s. XIX y principios del XX, y que en su peor momento mató a 4000 personas en un periodo de cinco días en Londres, se resolvió con la introducción de un Acta sobre el Aire Limpio. A las grandes ballenas se les salvó de la extinción, gracias a la introducción de una moratoria en el comercio de ballenas en 1982. La evidencia abrumadora de la degradación de la capa de ozono de la estratosfera condujo a un acuerdo internacional para retirar los CFC. Ahora bien, esto no son más que respuestas parciales. La introducción de altas chimeneas para dispersar las emisiones de sulfuro de las centrales térmicas ha provocado la acidificación de las aguas de lluvia en vastas extensiones, contaminando lagos y aguas subterráneas. La llamada “captura científica de las ballenas” encubre normalmente una captura comercial, con la que se continua explotando las mermadas poblaciones. Los CFC que quedan en el mundo continuarán destruyendo ozono hasta bien entrado el siglo que viene. E igualmente, a pesar de los grandes esfuerzos que se llevan a cabo para erradicar el hambre, a los que se les da una gran publicidad, las estructuras económicas que perpetúan la malnutrición siguen intactas.
La crisis global ha de ser reconocida como lo que es: una multiplicidad de síntomas de un malestar general causado por formas de vida que ponen el énfasis en la explotación más que en la cooperación, y que sirven de señales de alerta de que una explotación continuada irá en detrimento de todos. Reconocer esto no ha de conducir necesariamente a la desesperación o hacia una sensación de impotencia. Al contrario, sólo reconociendo la magnitud del problema y la interconexión de todos sus aspectos podemos asentar nuestra esperanza en la otra vía, la de la sostenibilidad, la de la cooperación y la del uso equitativo y racional de los recursos y de su distribución. Hemos de reconocer como punto de partida la necesidad de una transformación.
La necesidad de transformación de los hábitat
En ningún lugar del mundo la necesidad de transformación es más urgente que en nuestros asentamientos, en nuestros hábitats próximos. En nuestras ciudades, las desigualdades sociales y la desesperación van de la mano con la alienación, las altas tasas de criminalidad y la adicción a las drogas y el alcohol. Los más pobres intentan sostenerse en la periferia de las ciudades ricas. La calidad del aire de las ciudades es pésima en casi todo el mundo. Los gases y las partículas procedentes de los tubos de escape de los coches y de las fábricas invaden nuestros pulmones, oscureciendo el aire con una neblina fotoquímica. Las congestiones de las carreteras aumentan los niveles de estrés de los trabajadores que han de desplazarse todos los días, de por sí bastante agobiados por duros horarios de trabajo. Los sucesivos desplazamientos de las poblaciones han cambiado las viejas comunidades por grupos de viviendas donde los vecinos no se conocen. Los niños no pueden jugar tranquilos si no es bajo la mirada atenta de los padres. Y cada vez más, estos problemas no se reducen a las ciudades, sino que se extienden a las áreas rurales
La disfunción existente en la mayoría de las ciudades del mundo se hace mucho más llamativa cuando uno se tropieza con algún raro ejemplo de ciudad vibrante y con buen funcionamiento. Es el caso de Bhaktapur en Nepal. Protegida por la posición aislacionista de Nepal hasta 1950, permaneció intacta en el periodo colonial, convirtiéndose en el centro de un próspero sistema económico local. En las últimas décadas ha logrado escapar al crecimiento desenfrenado y al exceso de tráfico, a diferencia de la vecina Kathmandu, y se ha beneficiado en cambio de importantes proyectos de ayuda que le han servido para mejorar el sistema de saneamiento de la ciudad y el sistema de salud, además de contar con una sabia política conservacionista, por la que se limita el acceso de vehículos al centro. Como resultado, el tejido físico de Bhaktapur, su cultura y sus estructuras sociales han quedado más o menos intactas, sin ser tragadas por la moderna presión urbanizadora. El aire es respirable, las mujeres y los niños pueden pasear por la noche sin miedo, y la mayoría de la gente tiene un aspecto relajado y de bienestar. Pasear por las calles de Bhaktapur ha de hacernos conscientes de lo que ahí ha sobrevivido y de lo que, en otras partes, se ha perdido para siempre. Pero también, de lo que podría recuperarse si la comunidad fuese reconstruida y con ella los lazos que nos unen a la tierra.
Retazos de comunidades sostenibles y más humanas los encontramos también en otros proyectos que se están desarrollando en todo el mundo: es el caso de las comunidades intencionales, comprometidas en la exploración de formas de vida ecológicas y más humanas, es el caso del movimiento de permacultura, de las granjas ecológicas, de los proyectos de vecindad urbana o de los proyectos conservacionistas o de reciclado. Todos estos proyectos, al igual que las comunidades tradicionales como Bhaktapur, tienen mucho que ofrecernos, sirviéndonos de indicadores en la búsqueda de un futuro mejor en un mundo incierto. Muestran que la transformación hacia la sostenibilidad global no tiene por qué significar una reducción drástica en el nivel de vida, sino que al contrario puede suponer un incremento de la calidad de vida para todos. Muestran que la solución a la crisis global no es simplemente una cuestión de utilizar más tecnología, sino de combinar lo mejor de lo viejo con lo mejor de lo nuevo, aprovechando el saber de las sociedades tradicionales. Muestran la primordial importancia de la comunidad, de la autonomía local y del potencial encerrado en la afirmación de los valores humanos en un espíritu de cooperación con los demás y con la Tierra que habitamos. Y muestran también que la sostenibilidad es alcanzable, es simplemente cuestión de querer y de coraje para ponerla en práctica.