¿Qué tipo de economía ha de regir en una ecoaldea? Como en el caso de la propiedad, sobran aquí maximalismos. Me gustaría dejar claro que lo que caracteriza al capitalismo no es ni la existencia de un mercado (más antiguo que el propio capitalismo) ni que los concurrentes en dicho mercado sean individuos o grupos “privados”. Lo importante es que el mercado esta distorsionado a favor de unos pocos que lo controlan, que poseen el capital y los medios de producción, que impiden una competencia real con precios a su conveniencia (bajos para hundir a pequeños comerciantes, altos cuando se alcanza la situación de monopolio), que juegan con el actual sistema de préstamos con interés para tener bien atados a quienes solicitan “ayuda” (pequeños empresarios, todos los países del llamado “Tercer Mundo”) y que se aprovechan, hasta llegar a la explotación, de todas aquellas personas que sólo disponen de sus manos para concurrir en dicho mercado, obteniendo plusvalías vergonzantes a costa del trabajo de otros. Esto es el capitalismo y todos conocemos sus consecuencias. ¿Nos podemos enfrentar realmente a semejante máquina, la más sofisticada que ha inventado el ser humano?
A falta de una revolución global que cambiara la cosas (y sobre la que me siento particularmente escéptico) sólo cabe ir conformando pequeñas estructuras alternativas que capten la atención de los más conscientes y que, evidentemente, han de compartir ciertos lazos con la macroestructura capitalista. Abraham Guillén, en su Economía libertaria, califica estos pasos de “economía de transición” hasta alcanzar un ideal en el que el capitalismo ha dejado de existir. Ese ideal no se identifica en ningún caso con una economía estrictamente comunista, que requeriría una gran centralización y la creación de una enorme burocracia. Se trata de partir de abajo hacia arriba, de pequeñas economías locales con sus propios sistemas de producción y de intercambio hacia economías regionales, suprarregionales, etc., caracterizadas por la existencia de su propia forma de mercado, adecuada a cada nivel y en el que cada grupo concurriría en igualdad de condiciones. En cada nivel, los participantes en ese “mercado autogestionario”, pueden decidir cómo llevar a cabo los intercambios, con o sin dinero, trueque de objetos o también de servicios, etc. Si se utiliza el dinero, se trataría de un dinero no inflacionario y libre de intereses (es decir, una simple unidad de cambio). Dentro de cada comunidad existiría un amplio margen para organizar la producción, variando desde la existencia de una única empresa (toda la comunidad) con diversidad de funciones, hasta el caso de una comunidad en la que todas las actividades productivas estuvieran en manos “privadas”, lo cual no quiere decir que exista el trabajo asalariado, sino que cada actividad productiva es asumida por un grupo de personas que se organizan por su cuenta, asignando roles según las habilidades de cada uno, pero sin caer en la jerarquización o en la sumisión. En este último caso –para mi el más interesante–, las empresas así formadas deben asumir un cierto grado de compromiso con la comunidad en su conjunto: en tanto que son generadoras de la riqueza comunitaria, a la que todos los miembros de la comunidad tienen derecho, no pueden tener beneficios “privados”; en tanto que abren líneas de realización personal en una actividad productiva satisfactoria a la que todos tienen derecho, no pueden dejar a nadie excluido, priorizando la integración humana sobre la “rentabilidad” económica. (Sobre este tipo de empresas, que se vienen denominado “empresas solidarias” o “de interés social” se dispone de varios artículos en español creados por la Red de Economía Alternativa y Solidaria, REAS).
Todas las ecoaldeas existentes (o que merecen dicho nombre) tienen en cuenta los criterios del párrafo anterior, priorizando la seguridad económica de todos sobre el interés individual, evitando la explotación y creando condiciones de trabajo en las que todos participan y deciden (por supuesto, dependiendo del grado de responsabilidad que cada uno quiera asumir). Pero todavía hay más: casi todas ellas participan directamente en la creación o consolidación de estructuras económicas y financieras alternativas al capitalismo: sistemas de trueque (LETS), redes de financiación local, bancos alternativos, empresas solidarias y de inserción, dinero sin intereses, etc. Es cierto que pocas tienen una economía totalmente colectiva –como las colectividades rurales o ciertas comunidades religiosas–, pero ello no invalida su apuesta, primero porque no siempre es posible ni bueno una economía así, y segundo, y más importante, porque lo que realmente cuenta es garantizar la seguridad económica de todos, sin desequilibrios lacerantes, en una decidida búsqueda por lograr una retribución justa de la riqueza social.