por Helena Norberg-Hodge.
Helena Norberg-Hodge es directora de la Sociedad Internacional de Ecología y Cultura y codirectora del Foro Internacional sobre Globalización.
Los estilos de vida sostenibles en el Norte proporcionan ejemplos convincentes para el Sur
Está ampliamente aceptado que para el año 2015, el 90% de la población mundial vivirá en ciudades. Si esta tendencia se mantiene inamovible, el proceso de urbanización en el que está inmerso el Sur se convertirá en el mayor desastre medioambiental y social de este siglo. A pesar de este hecho, el desplazamiento de la población mundial hacia las ciudades no sólo se asume como inevitable, incluso evolutivo para algunos, sino que es promovido activamente, y en ocasiones subvencionado, por tratados impulsados por la globalización económica, como el GATT, NAFTA y Maastricht. Basada en un estrecho y anticuado paradigma económico, que asume el libre comercio como universalmente beneficioso, la economía global ejerce una presión estructural y psicológica sobre el Sur, que promueve el desplazamiento desde el campo hasta macrociudades altamente centralizadas y con un uso intensivo de recursos.
Se ha llegado a decir que el vivir en ciudades suponer utilizar menos recursos, la posibilidad de ganar más dinero y de alcanzar una mejor calidad de vida. Esto es sencillamente falso. Actualmente, la mayoría de la población mundial, principalmente en el Sur, permanece todavía en el campo, pero con gran rapidez está siendo expulsada desde las economías en las cuales todavía tienen acceso a recursos locales, hacia zonas urbanas sin apenas conexión con el entorno natural, en las que aumenta la dependencia de las importaciones y en las que el tejido social se resquebraja.
El movimiento de ecoaldeas proporciona soluciones prácticas y realistas a estos problemas. Creando estilos de vida realmente sostenibles en el Norte, se dan ejemplos convincentes para el Sur. Los modelos que proporciona este movimiento son diversos, y van más allá de una simple reducción en el uso de recursos naturales: presenta una visión de desarrollo totalmente novedosa, con un planteamiento diferente de la actividad económica, del uso de la energía, de las estructuras y de los valores sociales. Plantea, de hecho, un modo de vida completamente distinto. El movimiento está extendido por todo el planeta y necesita tan sólo de una ayuda financiera relativamente modesta para convertirse en un instrumento efectivo para invertir la crisis causada por los miles de millones de personas que, en el Sur, están siendo forzadas a imitar una cultura consumista no sostenible. Para comprender mejor el significado de las ecoaldeas, las posibilidades que ofrecen, es preciso examinar primero cuáles son las actuales tendencias económicas y el decidido impulso, que ha tomado en relación con dichas tendencias, el proceso de urbanización.
Degradación del entorno en el Sur
Las macrociudades, que florecen actualmente en todas partes, son cualitativamente distintas de lo que conocemos del pasado como ciudades. Están siendo creadas a un ritmo vertiginoso, y con un uso muy intensivo de los recursos. Requieren de vastos sistemas centralizados que son, sin excepción, mucho más dañinos para el medioambiente que las antiguas ciudades o comunidades rurales. Alimentos y agua, materiales de construcción y energía han de ser transportados a grandes distancias, haciendo uso de infraestructuras de gran consumo energético; sus residuos han de ser de nuevo desplazados lejos, en camiones y en grandes barcos, o incinerados, con gran coste para el medioambiente. En sus idénticas torres de cristal y acero, con ventanas que nunca se abren, incluso el aire que respiran ha de ser suministrado por medio de ventiladores, tuberías y energías no renovables. Desde las zonas más acaudaladas de París hasta los suburbios de Calcuta, la población urbana depende del transporte, de la refrigeración y del empaquetado de los alimentos que consumen. Cada libra de alimento consumido es inseparable de un alto consumo de petróleo. En la actualidad, el 50% de todas las emisiones de CO2 proceden del transporte. Si no se tiene en cuenta este hecho, cualquier tentativa encaminada a evitar el cambio climático carece de sentido.
Se piensa a menudo que el proceso de urbanización es necesario debido al gran número de personas que pueblan la Tierra actualmente. Se asume implícitamente que la centralización es, de algún modo, más eficiente, que la población urbana usa menos recursos. Cuando profundizamos en los costes reales de la urbanización en la economía rural, podemos observar cuán lejos de la verdad nos hallamos. Precisamente porque hay demasiadas personas, un modelo económico como el actual, globalizado, pero que sólo puede alimentar, dar vivienda y ropa a una pequeña minoría de personas, debe ser abandonado. Se hace cada vez más necesario apoyar sistemas de conocimiento y modelos económicos que estén basados en una comprensión íntima de cada región particular, de su clima y de sus tierras, de su suelo y de sus recursos propios.
La idea de que es posible para el Sur imitar el modelo occidental de urbanización no es en ningún modo realista. La industrialización del Norte fue lograda abusando, no sólo de sus propios recursos, sino también de muchos de los del Sur. Todavía hoy, una gran parte de los recursos del “tercer mundo” están destinados a mantener la maquinaria de crecimiento del Norte. El Sur no tiene colonias, ni explotación laboral, ni fuentes de materias primas baratas que permitan acceder al nivel de super consumo que el Norte ha establecido como normal para las naciones desarrolladas. Al perseguir una meta inalcanzable, los países del Sur están dirigiendo sus economías hacia un mayor endeudamiento, explotando los recursos a un nivel insostenible, empobreciendo a sus ciudadanos y abandonando su herencia cultural.
A pesar de la absoluta imposibilidad de que el Sur pueda alcanzar un estilo de vida de alto consumo, se piensa a menudo que dejar al Sur fuera del proceso de urbanización es como si se le dejara en una situación de atraso. Cuando, en realidad, es el estilo de vida del Norte el que es insostenible, el que roba al Sur y por tanto el que “mantiene a la gente atrasada”. En lugar de que el Sur imite nuestras prácticas, hemos de ser nosotros los que hemos de aprender del Sur.
Desastre social
Las devastadoras consecuencias del proceso de urbanización no son sólo medioambientales, sino también sociales. La urbanización crea una escasez artificial de puestos de trabajo: de cada 1000 personas que se trasladan a la ciudad en busca de trabajo, normalmente sólo 100 tienen éxito. La competencia cada vez mayor tensa las relaciones sociales, al aumentar la distancia entre los pobres y los ricos. Los suburbios y barrios de chabolas proliferan y la autoestima de la gente cae en picado. En lugar de dirigir sus quejas contra la perversión del sistema económico, se echan la culpa unos a otros. El fundamentalismo, la xenofobia y el racismo aumentan en todo el mundo como consecuencia directa de estas políticas económicas urbanicistas.
La economía global mina las relaciones y las comunidades también de otras maneras. La economía competitiva obliga a la gente que tiene trabajo a trabajar más horas, reduciendo así el tiempo normalmente dedicado a las relaciones sociales. Además, instituciones y estructuras centralizadas, organizadas a gran escala, reemplazan las formas naturales de relación humana, acabando completamente con ellas. Ya no puede la gente contar de manera espontánea con los demás para apoyarse mutuamente en lo cotidiano. La falta de relación conduce a un menor entendimiento social, con el consiguiente aumento de las tensiones y de una mayor corrupción.
Modelos para el nuevo milenio
A la vista de estas consideraciones, parece claro que el movimiento de ecoaldeas podría jugar un papel esencial para prevenir el desastre ecológico y social. Como alternativa al proceso de urbanización y a la economía globalizada, presenta modelos que permiten llevar una vida más próxima a la tierra y en una comunidad abierta. En realidad, es el deseo de un creciente número de personas de vivir de una manera social y espiritualmente reconfortante, al mismo tiempo que económicamente sostenible, lo que nos ha de proporcionar los modelos que necesitamos para el próximo milenio.
No carece de importancia que el movimiento de ecoaldeas haya Surgido en el Norte. Primero, porque es en el Norte donde el consumo es 10 veces mayor que en el Sur. Es el estilo de vida del Norte el que es insostenible, no el del Sur. Y en segundo lugar, porque el hecho de que una forma de vida comunitaria, rural y sostenible represente lo más progresista y avanzado del conjunto de ideas que se dan en el Norte, revela también nuestro deseo de elegir una forma de vida diferente. Sin una acción de este tipo por nuestra parte, nosotros no estaríamos capacitados para dar consejos al Sur. No podemos decir al Sur que no se mueva hacia las ciudades, si nosotros no estamos dispuestos a volver al campo y reestructurar significativamente las ciudades existentes.
Además, en este momento los mensajes y las imágenes más poderosas que se reciben en el Sur, son las de los medios de comunicación y de la publicidad. Todos ellos muestran un medio de vida urbano como único modelo moderno de civilización y progreso. Esta presión psicológica, que hace que la gente se siente atrasada, casi como reliquias prehistóricas, juega un papel muy importante en la promoción de una cultura urbana y consumista. En una continua lucha contra la severidad económica y contra otros muchos factores, la gente se esfuerza en ser más urbana, en vestir ropas occidentales y conducir coches rápidos. Todos los jóvenes del mundo quieren comprar mercancías importadas, con modelos estereotipados, representando a menudo tipos rubios y con ojos azules, como los que se promocionan en los medios de comunicación y publicitarios. En todas partes aumentan los signos de rechazo de la identidad propia, que se manifiesta en cosas como querer cambiar el color del pelo o de la piel. En China, las mujeres se operan incluso los ojos para parecer más occidentales.
El movimiento de ecoaldeas puede ayudar a la gente a mantener su autoestima sin abandonar sus formas de vida comunitaria y local, ni sus patrones económicos. De hecho, cuando conocen los aspectos positivos de sus propios modelos, y no sólo las imágenes distorsionadas que muestran la vida rural como un atraso y la vida urbana como lo más atractivo, muchos habitantes del Sur prefieren mantener sus comunidades tradicionales.
Campaña de información
Por ello, una amplia campaña publicitaria para promover las ecoaldeas es absolutamente necesaria. Puesto que el Sur es bombardeado incesantemente con mensajes urbanicistas, necesitamos un programa educativo para corregir estas imágenes parciales e incorrectas. El primer objetivo en esta línea, sería proporcionar a la gente los medios necesarios, que les permitieran elegir informadamente sobre su futuro. Sin desdeñar ninguna forma de comunicación, desde la televisión por satélite hasta los cuentacuentos, hemos de hacer ver al mayor público posible que las tendencias actuales del capital, y del uso intensivo de la energía, son sencillamente insostenibles. Los pasos necesarios para detener la carrera desenfrenada hacia un desarrollo insostenible están al alcance de todo el mundo ya mismo.
Debemos sacar a la luz las subvenciones ocultas al transporte, a las comunicaciones, a las infraestructuras energéticas propias al proceso de globalización y de producción a gran escala. Si una pequeña parte de los fondos que se utilizan para ampliar las infraestructuras globales necesarias para este proceso de megalopolización, fuera usada para apoyar las comunidades rurales existentes en el Norte y en el Sur, se podría llevar a cabo una verdadera actividad económica apoyada en cimientos sostenibles. Un programa que proporcione recursos energéticos renovables y que amplíe y diversifique la producción local de alimentos y manufacturas para necesidades básicas, costaría muchísimo menos que los esquemas tradicionales de desarrollo.
Estrategias para las macrociudades existentes
Si bien es cierto de que el movimiento de ecoaldeas se centra sobre todo en la vida rural, resulta obvio que no podemos ignorar las macrociudades existentes. Llevar a cabo políticas que permitieran a la población de las grandes ciudades tener un mayor contacto práctico con el entorno, constituiría un paso enorme hacia la sostenibilidad. Deberían darse incentivos para que la gente cultive sus propios alimentos, para que compre en los mercados de los agricultores o establezca contactos con agricultores de la zona a través de Comunidades de Apoyo a la Agricultura, para que recicle las baSuras o para que fabrique compost. Todo esto contribuiría a acortar la distancia que existe actualmente entre el productor y el consumidor. La reducción en el transporte de larga distancia favorecería los ciclos locales de producción, consumo y reciclado, lo que ayudaría a reducir la contaminación y el desempleo. El automóvil perdería su excesivo protagonismo actual. Acercando las necesidades al hogar sería posible seccionar partes enteras de las ciudades a los automóviles. En Amsterdam, este proceso ha se ha puesto en marcha, sin dejar por ello de crear carriles para bicicletas. Deberían apoyarse también los movimientos para crear cinturones verdes, como por ejemplo el de la ciudad de México.
De igual importancia que estas consideraciones medioambientales, son los factores sociales. Deberían ponerse en marcha nuevas estructuras de vecindad, de autoorganización y de autogobierno, o rehabilitar las existentes para favorecer en la práctica las posibilidades de relaciones personales. El establecimiento de estructuras y de relaciones de interdependencia, en las que los contactos entre las personas son frecuentes, mitigaría las tensiones existentes en la gente, satisfaciendo a la vez parte de las necesidades humanas de relación y comunidad.
Elección entre futuros
Estamos forzados a hacer una elección consciente y activa entre dos futuros muy distintos. Por una parte, podemos continuar siendo permisivos con el sistema económico actual, prácticamente fuera de control, en el proceso de explosión urbanizadora, con la consiguiente degradación ambiental y la proliferación de suburbios y barrios de chabolas. Ahora bien, no parece que nadie prefiera estos montones de inmundicia humana, ruidosos y apestosos, sin apenas sistemas de depuración de aguas residuales, en los que el agua es escasa, las moscas abundan y el aire se hace denso con el humo de los tubos de escape, antes que una forma de vida social y económicamente sostenible. Podemos entonces, alternativamente, apoyar masivamente el movimiento en favor de las ecoaldeas, lo que nos permitiría reestablecer el contacto perdido con las gentes y con nuestros lugares, reweaving ourselves as interdependent strands of the fabric of life.