Si pasamos ahora al segundo aspecto, el contenido social y político de las ecoaldeas, será conveniente empezar con algunas aclaraciones. Desde los ambientes más radicales se tilda a las ecoaldeas de no incorporar la lucha social en sus planteamientos, e incluso de aceptar posiciones claramente capitalistas. Ahora bien, la lucha social no implica necesariamente enfrentamiento directo ni transgresión de la ley. En ocasiones, enfrentarnos directamente a lo que nos oprime es la única solución posible, aunque ello ponga en peligro nuestra integridad física. Así, las luchas de determinados grupos ecologistas, de los okupas, de insumisos, de parados, etc. son una necesidad ante la falta de alternativas que deja el sistema. Pero ello no invalida un tipo de resistencia que se hace dentro de la más estricta legalidad y que en vez de estar dirigida contra algo, se encamina a construir algo que una vez consolidado supone sin duda un auténtico bombazo en la línea de flotación del sistema. Por ejemplo, podemos luchar contra la propiedad privada “okupando” cuanto nos sea posible, pero si nos quedamos ahí, sin legalizar la situación, jamás pasaremos de un nivel de precariedad que impedirá seguir avanzando en procesos constructivos. Una opción alternativa es luchar por la legalidad de la “okupación” o comprar colectivamente espacios privados, que de alguna manera quedan así liberados de un uso privado de explotación y darles un uso diferente. Este es el caso de las compras “liberadoras” que están emprendiendo determinados grupos ecologistas. Y es el caso de la mayoría de ecoaldeas existentes (valga como caso paradigmático la comunidad danesa de Svanholm, donde más de 100 personas compraron colectivamente un antiguo palacio, con más de 500 has. de terreno, por 600 millones de pesetas, para crear una comunidad donde se comparte absolutamente todo).
No debemos olvidar en ningún momento que nuestro objetivo es crear modelos sociales alternativos válidos para mucha gente, no sólo para aquellos que están dispuestos a entender su vida como una lucha directa continua, sino también para aquellos que simplemente quieren apoyar lo iniciado por otros, que ya está contrastado y que no entraña problemas legales. Así, en el tema del espacio en donde se ubicará la comunidad, algunos defenderán la idea de la “okupación” (y entre las ecoaldeas, muchas de ellas empezaron “okupando”), pero otros preferirán comprar los terrenos porque les da más seguridad. En otros casos, se tratará simplemente de reconvertir un terreno existente, propiedad de algunos, en el espacio comunitario.
Aunque el tema de la propiedad, privada o colectiva, ha levantado desde siempre grandes pasiones, se me antoja en realidad secundario en relación a problemas más acuciantes, como es el de la justa distribución de la riqueza comunitaria. Determinadas formas de propiedad privada son perfectamente compatibles con los ideales de justicia e igualdad que soportan toda comunidad sostenible. Lo ideal es que cada grupo busque y encuentre el equilibrio necesario entre lo privado y lo colectivo, sin que la comunidad cercene las iniciativas individuales que tanto la pueden enriquecer, a la vez que no queda supeditada a tales iniciativas, que han de aceptar necesariamente un cierto compromiso social. El espacio vital de una comunidad sostenible no puede ser ni una suma de parcelas individuales, ni un único espacio común en el que se diluye toda iniciativa individual. Dicho espacio ha de ser apropiado y reapropiado continuamente por aquellos que lo habitan en múltiples formas y relaciones que han de cambiar con el tiempo. Esta idea de “apropiación” del espacio es fundamental para poder conjugar las aspiraciones individuales con las comunitarias, rompiendo así el falso antagonismo entre igualdad y libertad. Cabe recordar aquí que el grito de Proudhon “la propiedad es un robo” iba acompañado de un no menor desprecio por la propiedad comunitaria total, sin espacio para el desarrollo individual, así como de una apuesta por formas de “posesión” cambiantes en función de las circunstancias. En una ecoaldea todas estas formas son posibles, pues lo importante, insisto una vez más, es evitar la exclusión social y alcanzar un reparto justo de la riqueza que todos contribuyen a crear. Lo que nos lleva a tratar otro importante capítulo, el económico.